28.12.05

¿Hacia donde vamos, Capitán? A un lugar en donde la voluntad no haga falta.

27.12.05

Que puedo decir acerca de esto. Estamos todos en un estado inconsciente, mas allá de todos los demás, y aun puedo decir que todos los demás somos nosotros, ustedes, llenos de nada por decir. ¿Tenemos algo por decir?

23.12.05

Ella me dijo, espérame al mediodía con dos vasos de ron; no te preocupes por mí, algún día los gusanos harán lo suyo. Salió dejando una red de olores, último regalo si no regresaba. Arrastró la puerta hasta que en el piso se dibujo la última seña de sus finos tacones, el sablazo de oscuridad en el amarillo de un foco de sesenta watts. Seguí tumbado en el frió del cemento por si el pinche foco explotaba o se iba la luz. De mañana el foco seguía en su lugar y en toda la habitación habitaban olores que jamás volvería a saborear, por que el último que fijé en mi memoria partió ayer con una bolsa roja sin plástico en las asaderas, sus lápices rojos para la boca y la libreta que alguna vez prometió regalarme. Partió con miles de destellos en los ojos, un futuro lleno de luces cegadoras y colores vivos, muy diferentes a los grises que siempre dijo ver en mi vida; aun así los grises son colores, replique varias veces, si pero pocas veces son agradables era su respuesta. Tenia que salir a buscarla o, simplemente, romper ese pinche foco; si antes la encontraba también le partiría la madre. Lo romperé con mi zapato o con el shampoo que despide el aroma del olvido. Imagino que ella llega por la puerta del final del corredor, bañada en la blancura de la mañana, y en sus brazos trae una bolsa repleta de comida con el fondo relleno de marihuana que compra al jefe de cerillos del wallmart. ¿Que pensaría si me encontrase tirando vidrios por todas partes y regando su galón de shampoo olor lavanda? Dios, que pensaría.
Tengo hambre y aun no llega con la comida, pero en el momento que atraviese esa puerta le llegara, de bienvenida, su pinche shampoo con mis orines, será una cachetada, castigo, reprimenda, aliciente para seguir a mi lado.De noche desperté de nuevo, salí al pasillo del edificio, voltee para ver si aun estaba ahí el desdichado foco; si, estaba changándole la madre a dos palomillas que se daban de topes. Merecía morir, primero él y después ella.

21.12.05

Los mejores pechos no son esferas. Los naturales son imperfectos en lo comercialmente perfectos, tienen míticos ríos verdes que fluyen debajo de la piel, algunos parecen estar en constante cambio con la mujer parada, sentada o acostada; la musculatura y tejido adiposo cambia su forma y viaja a su antojo a través de la caja toráxica. Unos senos completamente redondos, esféricos, son dignos de los futbolistas que siguen durante mas de una hora el movimiento de un balón, de los adolescentes que han sido educados por gente tan famosa en el mundo porno y de quirófano, de los aspirantes al poder empresarial o buscadores de talentos para lupanares de élite. Los mejores pechos siempre nos sorprenderán con sus interminables danzas y formaciones caóticas en el majestuoso oleaje del movimiento frenético. Puedo decir que no tengo gran experiencia, pero la memoria de los cientos de mujeres que han desfilado en la pantalla de mi computadora dice que los mejores son siempre aquellos que se muestran vírgenes, sin alguna profanación del bisturí.

20.12.05

¿Qué queremos comunicarnos, nosotros, los nueve millones de personas?
El olor a hierro entre mis manos logra que, con un respiro, el mundo vuelva a la nada que lo engendró.

16.12.05

Parte uno

Todo empieza así, con la blancura de un recién nacido. Era de noche y en mi bolsillo tenía un par de monedas junto a los restos de un foquito. Me levanté intentando quitarme de encima los restos de hojas enterradas entre mi poco cabello. Una motocicleta se metió en lo mas hondo de mis oídos, ¿debía de hacer algo? Unas horas después aun estaba petrificado junto a un banco verde, metálico; niñas y niños curioseaban en mi cara, sus madres aceleraban el paso. ¿Qué era aquello que picaba dentro de mi camisa? Tal vez la conciencia o alguna simulación de culpa se hacia paso por entre mi piel, no se si ya iba de salida o apenas encontraba un lugar en donde se alimentaría por unas cuantas semanas, las suficientes antes de ahogarse en alcohol o de morir de hambre a causa de mi abulia. De cualquier forma siempre despertaba con la sensación de perder tiempo valioso, no para mí, sino, para los demás, a los que todavía conversaban conmigo en los encuentros incidentales. Sí plasmáramos en una hoja los nombres de aquellas personas sería mas fácil encontrar el nombre que en algunas horas saldrá de ella. Saqué del otro bolsillo una pluma, lo único que conservo de mis veinte años. En esos años fingía no tener ganas de la vida, que imbecil, me acababa aquellos saludables años en parecer un hombre desatado del mundo y sus cadenas, ja, bastante me tardé en comprender que me sentía desatado de él por que mis venas ya eran dependientes a esta redonda complejidad. En una hoja de periódico apunté cinco líneas; dos eran de mis antiguas mujeres, dos eran los amigos de hace una década y el otro, que sobresalía por un repentino temblor de manos, era de una joven. Cecilia me contactó por vez primera a través de una carta. Yo había puesto el anuncio clasificado de varios libros, un buró y algunos acetatos que mi tío dejo después de morir. Me interesa tu disco de Schubert –decía en una caligrafía torpe pero vigorosa-, solo puedo ofrecerte cincuenta pesos y una cena en la casa de mi abuela; con respecto a tus libros, bueno, suerte con ellos. Los libros eran unos títulos despreciables que me dejo la mujer que se llevo mis veintiuno, veintidós y veintitrés años, terminaron en la casa de un burócrata que conocí en un billar de la colonia doctores. Convenimos la cita, y en la noche de un sábado estábamos tres personas de diferentes generaciones alrededor de una mesa de madera protegida de las manchas por un mantel estampado de símbolos patrios. Mi mirada era esclava de un itinerario: el cabello voluminoso, castaño y de movimientos ajenos a Cecilia, la comida marrón que tenia entre un tenedor de madera y la escupidera de plata, acompañante del plato de la abuela; la escupidera me causaba una inmensa envidia, tal vez con ese artilugio mi casa no tendría tantas manchas en el piso. No se habló de política ni de espectáculos, no estábamos sujetos a la información del periódico o cualquier otro medio informativo, podíamos hablar de complicaciones mas cotidianas: la dentadura gastada de la abuela, la miserable beca de Cecilia, o la añoranza que las dos tenían en Schubert. Cuando mi padre aun vivía traía mujeres ojerosas a su cuarto; las dos –Cecilia y su abuela- sabíamos que cuando la aguja del tocadiscos interpretaba las primeras notas del Divertimiento a la húngara nadie debía hablar, solo estaban permitido la respiración, el jadeo. De tanta animosidad y sinceridad lo que pude decirles fue que tenía veintiséis años y me parecía que detrás de cada día se agrandaba el hoyo de mi existencia, pero no sabía si estaba fuera de él, justo en la orilla, o ya veía las cosas desde otro circulo del inframundo. La abuela me lanzó una tierna mirada, lo bueno –dijo ella- es que hablas del hoyo y esas pendejadas; todavía no estas tan perdido como quisieras.

14.12.05

¿Qué somos? Los pedazos un plan impreciso, no podemos convivir, menos aun en el supuesto de entendernos personalmente. Hay que aceptarlo, tenemos el mundo lleno de nuestras personas, nuestros pensamientos, nuestras metas. El mundo no los engloba a ellos como tales, se hace a partir de nuestra torcida mente.

12.12.05

No, no, no, yo no fui, no estuve ahí, no hice nada; fue un desperfecto, nada mas, como los que suceden todos los días, podemos llamarlos nacimientos o muertes. En fin, la vida es un eterno desperfecto, subjetivamente hablando que es lo peor. ¿Como podremos lograr el consenso de un perfecto, tan adecuado que para todos sea igualmente perfecto? Imposible.

11.12.05

Desde. Hasta donde?

Mi fe no está en mi espalda, esa es solo una imagen. Camino y medito, pero nadie se da cuenta, ni el que me da de beber o los que voltean desde los autos. No joven, yo ni prometí nada el año pasado, vengo caminando por que es bueno para el alma y las piernas; aquí en estas calles uno se da cuenta de las tarugadas que se hacen todos los días, se te regresan recuerdos que creías enterrados, y, pues, uno llega a su casa todo renovado como dirían por ahí. No joven, no voy a dar gracias, y si a alguien le voy a pedir perdón es al que era yo cuando salí de casa.

7.12.05

Me hundo en el hartazgo de las personas, aparecen como elementos de igual compostura y similares formas de vida, nada difiere en sus vidas, las mentes de ellos viven en el mismo ciclo del dormir, despertar, trabajar, ver televisión y hacer hijos. En los momentos donde no estoy harto, trato de ser observador , de no mandarlos a la chingada; pero últimamente todo parece indicar que realmente son unos autómatas sin juicio. ¿Para que rompernos la cabeza explicando sus ajetreadas vidas o lo maravilloso que cada uno tiene escondido muy, pero muy dentro? La respuesta es sencilla, estamos en la mierda del mundo occidental, vivimos, varios millones, en lo que en un mapa no abarca ni siquiera el excremento de una mosca. Estamos así por nuestro despertar cada día, el absurdo deseo de perpetrar nuestra podrida vida. Somos imbeciles. Nuestro comportamiento es el de la adaptación de los esclavos. Sí nos dan mierda; con chile y cebolla por favor. No somos tan deleznables para merecer un trato de ganado, mejor hagámonos mierda, no dejemos rastro humano en el valle de México, que venga una plaga y nos lleve a todos los que sobramos. Sí nuestra existencia nos sigue pareciendo valiosa, nada merecemos. Sigamos, entonces, oyendo la respiración de los cerdos de alrededor; más valdrá acostumbrarnos.

24.11.05

La mayor parte de las veces tenemos una absurda necesidad de acarrear con las navajas propias de las relaciones de poder cuando, simplemente, nos comunicamos con personas apenas conocidas por su nombre. Igual pueden ser costumbres en la procreación de amenazas o sogas de fantasía, prestas para que tu imaginación se sienta atrapada por el cuello.
Azotado por los miedos propios del protagonizar una persecución, ilusoria por supuesto, en el bloque de casas grises que lagrimean cemento por sus resquicios, piensa que el par de borrachos traerán algún objeto filoso, oxidado y percudido por la sangre de otros. No puede voltear, si ellos no están tan cerca de él su momento se extinguirá. Mejor amplifica sus vulgares carcajadas y apuesta a que están a menos de diez pasos. Espetan advertencias: corre, corre, más te vale estar en tu casa; te va a cargar la chingada. En su primera persecución no podría faltar tal grito de guerra. Ya puede sentir la navaja que se hará camino en su piel, la parálisis consecuente a la nueva abertura de su costado y algunas patadas en el pecho, flemas en su cara, cerca del ojo derecho. Piensa: no debo correr. La verdad es que no puede hacerlo.