5.1.06

Estoy ahogado en unos cuantos kilos de basura. De repente me la encontré cuando vagaba por la ciudad. Creo que mejor sería contarles la verdad, se me fue pegando poco a poco, junto a las bacterias que me hacen su casa cuando camino por las calles improvisadas de esta colonia abandonada. Con cada contacto que mis ojos se esforzaban en mantener con los suyos sentía mas desesperanza y temor. Un día desperté con la firme convicción de mandarlos a la chingada; fue cuando decidí expulsarme de sus avenidas y callejones oscuros, lupanares y transporte público. Compré un televisor, debía estar bien informado de su colapso y extinción; me volví neurótico. La pantalla me daba imágenes muy variadas, todas retrataban el lodazal que estaba fuera de mi puerta, los noticieros me llenaron de ansias de poder y al acostarme agrandaba, a pasos agigantados, una lista de objetos a poseer. Después de un mes vi, claramente, su necesidad de acabarse la vida en preocupaciones de terceros: están diversificando atención y fuerzas, gustan de tener compasión por su familia, hasta del enfermo que mueven como muñequito de trapo ante una audiencia que goza y se alimenta con su desventura; si varios de ustedes tuvieran uno en casa, créanme, sus vecinos serían harto felices. La desgracia les da placer, por que ser tan hipócritas en disfrazarlo con un quejido o una mueca desaprobatoria. Los observé todos los días a través de mis dos ventanas, en una me presentaban a políticos en un fraternal abrazo y en la otra un hombre era despojado de su compañera por un grupo de otros hombres. Aun hoy tengo la voluntad de asomarme a los dos cuadros de mi pequeño departamento. A cada minuto me acerco a comprender por que se dan muerte entre ustedes; pero lo que nunca entenderé es por que se siguen multiplicando.

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