Caminaba rumbo a mi casa. Bajando las escaleras del metro, lo que empecé a oír no fueron toscos compases de banda o simples chiflidos de salsa, el hombre de los periódicos recogía su puesto ambientado por el jazz que salía de un diminuto radio con una bocina, sonido monoaural. Imagine la dicha de escuchar solo los tonos del saxofón; sin los ecos de cientos de pisadas, y sin el aguerrido puesto de ce des piratas de su costado. Que momento más dichoso, ya cerca de las veinticuatro horas en los relojes de la Ciudad de México. No era el final de la jornada lo que conminaba a la celebración. El rostro tranquilo era de la satisfacción, el gozo que provenía de un pequeño cuadrado gris.
La noche nos había cobijado con vientos inofensivos; la población roncaba, comía, o fornicaba como bestia; una radio sintonizaba horizonte. Pasé moviendo mi dedo índice al ritmo de los platillos, ja, al final ganamos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario