4.1.07

Ella estaba sentada en una silla metálica. Su desnudez decoraba la habitación. Yo me paré frente a la puerta, tapé la mirilla y me quite poco a poco los pantalones.
- Mira pendejo, si no vas a hacer nada mejor quítame estos pinches hilachos de ropa y déjame salir si no quieres que te rompan la madre.
Me pareció muy impertinente. Le regalé una bofetada.
-Mira reina, te pagué lo que pedías por dos horas de tu valioso tiempo; cállate y solo habla cuando yo te diga.
Tenía la piel suave, granulosa y fría como una gallina muerta; contrastaba de manera artística en el suelo manchado de aceite. Los pies de la mujer eran rechonchos, el estomago parecía derretirse como una barra de chocolate; pero eso no importaba, por fin había conseguido lamer y golpear una piel tan blanca como las nubes de pueblo.

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