4.8.06

De los siete grillos que me dieron para alimentar a Dvgrochevaia solo dos murieron en sus mandíbulas. Uno fue liberado con una caída de tres metros hacia el pasto, los demás murieron en el frasco de gerber. Lo primero que se mordieron fueron las alas pues a los dos días no se oían sus lamentos. Al segundo día uno había desaparecido, sólo dejo sus antenas y un minúsculo ojo negro, los otros querían salir por el cristal. Regresé una semana después. Dvgrochevaia escapó en mi ausencia. Habían dos grillos y un cuerpo; de los sobrevivientes a uno le faltaban una antena, pata y parte de su vientre, el otro estaba saludable. Durante la madrugada la encontré en una mochila del armario, hambrienta. Amaneció y apenas se movía el grillo vencedor de la ardua batalla nocturna. Lo tomé de una de las dos patas que se mantuvieron en su lugar. Todo un sobreviviente.

3.8.06

Lidiar con grillos me crispa la piel. Maté a un par, desprendí varias piernas de otros para dar de comer a Dvgrochevaia. Fue casi una hora de persecución con un par de cucharas, bolsas, tijeras. Imagino que de haber sido más corta la experiencia no hubiera gritado al sentir varias patas, muy tranquilas, en las manos. En el minuto cincuenta traté con la táctica de las pinzas. Los grillos solo saltan con los movimientos rápidos, aproveché esto para tratar de agarrar uno entre las puntas oxidadas. Eran menos escandalosos que una mosca, ellos, tres, muy serenos, en el dorso de la mano que acechaba a sus hermanos. Mis brazos se crispan como nunca. Deje vivir a la tercera. La acorralé en la bolsa naranja. El temor en mis dedos, ella escapaba. Fui a dejar el bote donde viven otros veinte y vi el grillo más pequeño en medio de la habitación. De la misma forma se condenó el que escapó la semana pasada. El pequeño tuvo suerte, la muerte le sorprendió rápidamente con el pánico de mi suela y no de los jugos ácidos de Dvgrochevaia.