5.4.06

El día que conocí a mi primer puta me dio diarrea. Triste, pero así fue. Pensaba que el animo se me iba a ir; pero de repente la calentura y el anonimato de una avenida me dieron el valor que necesitaba. Tenía a dos candidatas que se disputaban mis queréres (billetes de cincuenta pesos). Una contaba a su favor una estrecha cintura y tacones muy puntiagudos, la otra teñía su cabello de rojo y era de piel pálida. Fue una larga elección. Di un gran número de vueltas a la manzana hasta que un tercero eligió mi destino. Un hombre de mediana estatura y cejas espesas me arrinconó en la cortina de un local. Eres policía o puto, dijo. Ninguna de las dos, pero si me pone a elegir prefiero ser la segunda opción. Dijo que no era un supermercado, para andar viendo como lelo, después me ayudo a elegir. Dos billetes colmaban mi bolsillo derecho, setenta para la prostituta y treinta para el taxi.

Subimos las escaleras del edificio. Las agujas de sus talones me hacían sentir orgulloso y sin pena por llevar a mi casa a una prostituta llena de granos. Setenta pesos por tres horas; no es totalmente blanca, pero, como ya mencioné, tiene cintura de africana. No supe como era el protocolo, ni los tratos y permisos otorgados, entonces la toqué como acostumbraba hacer con mis novias. Ella se reía, me miraba tiernamente cuando mi mano danzaba entre sus muslos. Destapé unas latas de cerveza, y al regresar su falda, suéter, y pantaletas, yacían sobre el buró. Se me hizo ridículo que no se quitara el sostén. Mi primera puta cogía como mis novias: no hablamos, ella gimió, yo sude, machamos las sabanas de amarillo nicotina, derramamos pasiones en la almohada. Un día Liliana me dijo que no encontraría una mujer como ella en toda mi inútil vida. Esa noche comprobé que Liliana era tan puta como las profesionales; lo malo era que ella no lo sabía.

1 comentario:

Mefistofeles dijo...

yo creo que las zonas de tolerancia deberìan ser como supermercados, poder agarrar un poco sin probar las cosas y despues decides si compras o no.