14.2.08

"García se quito los anteojos y hundió sus dedos en los parpados sobre los ojos. El calor había convertido su habitación en el refugio de palomas nocturnas que chocaban con el foco de la habitación, observó sus zapatos y recordó que la noche anterior estaba en la misma posición en la mesa de un bar cerca de Antonio Caso. Con el mentón pegado al pecho, alzo los ojos, despego uno de sus brazos de la silla de plástico y de la mesa tomó un rollo de película fotográfica que estaba de pie sobre un libro y sintió la satisfacción del cazador, cuando sus manos guardaron ese rollo de película en su bolsillo del pantalón. Se levantó y salio a la calle, era de noche y pensó que los libros leídos en su vida estaban devaluándose frente a la creación expuesta de una ciudad continuamente desenrollándose, grupos de personas convertidos signos revelados únicamente en la oscuridad llamada miseria. Una oscuridad valiosa, porque la satisfacción y el optimismo eran una luz tenue que destruía el proceso que se lleva en el negro útero de la noche, o la boca, o una cama, hasta una vida. Claro, una vida, que devaluada estaba ahora. García pensó en todos los libros que podría llenar de contar con detalles las apariciones de buenos deseos que tuvo alguna vez, quizá contar las historias de cuando fue niño o la resurrección de su abuelo, pero dobló en la segunda calle y miro para atrás, como si hubiera escuchado pasos. García tomó el tren urbano hasta Hierros y en el camino tocaba con la punta de los dedos el pequeño tanque donde estaba la película fotográfica. El vagón iba casi vacío, en Hierros entro a una tienda de revelado. El hombre de camisa y sin cinturón, espero 35 minutos frente una caja de vidrio con ofertas de horribles cámaras importadas y noto la mirada nerviosa del encargado. Pensó que había sido descubierto y pensó en huir pero el encargado se acerco para exigirle cambio en el pago del servicio. García pagó y salió a un bar cerca de Hierros. Sentado en una mesa del fondo, con la camisa humedeciéndose de la espalda y el calor flotando en las lámparas neón, García acomodó las fotografías sobre la mesa. Un hombre enorme entró y atravesó el bar hasta sentarse frente a García y su cuadricula de fotografías, gruñiendo pidió la 23. El hombre fumaba de prisa y no sudaba a pesar del calor o su enorme cuerpo. García alzo la vista y lo reconoció, le pidió billetes de cincuenta en el pago. Me gusta cómo quedo, dijo el hombre lanzando un fajo de billetes a la mesa. Con fastidio García le pidió la dirección del nuevo encargo. Podría ser su hija, o su hermana, o una amiga, no me diga que no piensa en eso García, dijo el hombre poniéndose de pie y removiendo con el puño de su impecable camisa el polvo que no existía sobre la fotografía. No tengo tiempo de pensar en eso porque usted no deja de pagar por piezas de carnicería, si fueran vivas… bueno, atraparlas sería distinto, tosió García sobre las fotos. No se preocupe García, no le quitare más el sueño, esta mujer es la última, y el hombre salió de la luz y del bar como llegó. García guardo las fotos en el sobre que le dieron en el servicio de revelado. Zafó un billete del fajo sobre la mesa y pidió ron con hielos. Leyó la dirección anotada en el billete de cincuenta pesos que zafó. Recordó que su mentón se aflojó. No había error, a ella sí la conocía y recordó aquel sueño donde un piano se disolvió y flotaba como el calor en aquella pequeña pieza. Pero fue tanto tiempo eso que la distancia justifico el lío en el que ella estaba ahora. Miro sus uñas y recordó que ella no vivía lejos del bar, pensó qué hacer. Amaneció y el bar estaba a punto de cerrar. Ella no vivía lejos, hacía calor, tenía dinero pero se terminaría y ¿qué haría? Ella no vivía lejos pensó de nuevo y García se quito los anteojos y hundió sus dedos en los parpados sobre los ojos."

publicado sin el permiso de maría.